1. CRISIS CULTURAL FIN DE
SIGLO: 1890/1914
1.1. Realismo
1.2. La generación del 98
1.3. El siglo XX
1.3.1. Poesía
1.3.2. La novela
1.3.3. Teatro y ensayo
2. MODERNISMO
2.1. ORIGEN: PARNASIANISMO Y
SIMBOLISMO
2.1.1.Parnasianos
2.1.2. Simbolismo:
3. GENERACIÓN DEL 98
3.1. Regeneracionismo
4. NOVECENTISMO
5. GENERACIÓN DEL 27
5.1. Las vanguardias
5.1.1. Futurismo
5.1.2. Dadaísmo
5.1.3. Surrealismo
5.2. Los componentes
6. LITERATURA DEL EXILIO
7. LITERATURA HISPANOAMERICANA
7.1. Poesía
7.2. Teatro
7.3. Ensayo
7.4. Narrativa
1. CRISIS CULTURAL FIN DE SIGLO: 1890/1914
1.1. Realismo
La segunda mitad del siglo XIX fue la época de la prosa
realista en España, al igual que en otros países. El realismo español alcanzó
su máximo esplendor con la obra de Benito Pérez Galdós, quien figura entre los
grandes novelistas europeos de todos los tiempos. En una serie de 46 relatos
históricos agrupados bajo el título de Episodios nacionales (1873-1879 y
1897-1913), Galdós interpreta la historia del siglo XIX de España en forma
novelada. Por otra parte, Galdós escribió novelas de tesis, es decir, novelas
que abordan los problemas religiosos, sociales o políticos. Su tesis principal
—la maldad de la intolerancia religiosa— es desarrollada con vigor en su novela
Doña Perfecta (1876), pero sus obras maestras son una serie de novelas
realistas, entre las que destaca Fortunata y Jacinta (1880), que retratan la
sociedad madrileña.
Otros novelistas describieron la vida en diversas regiones
españolas: José María de Pereda retrató la vida de Santander; Pedro Antonio de
Alarcón y Juan Valera, la de Andalucía; y la condesa Emilia Pardo Bazán, la de
Galicia. Pardo Bazán y Clarín (seudónimo del novelista Leopoldo Alas) adoptaron
las técnicas del naturalismo. Valera, por el contrario, se distingue de los
realistas por su afán de perseguir la belleza más que la exactitud. Los otros
dos novelistas de este periodo que adquirieron renombre internacional son
Armando Palacio Valdés y Vicente Blasco Ibáñez. Contemporáneo de los realistas
fue el crítico e historiador de la literatura Marcelino Menéndez Pelayo.
1.2. La generación del 98
Durante la última década del siglo XIX España entró en una
fase desacostumbrada de actividad creadora. El grupo de escritores conocido
como la generación del 98 —que incluye a figuras tan dispares como Miguel de
Unamuno, Ramón del Valle-Inclán, Antonio Machado, José Martínez Ruiz (Azorín),
Pío Baroja, Ramiro de Maeztu y hasta Jacinto Benavente— llevó a cabo una
profunda transformación del estilo y las técnicas literarias españolas. En la
poética estuvieron influidos por el modernista nicaragüense Rubén Darío, que se
caracterizó por la gran originalidad de sus imágenes, ritmos y rimas.
Pese a que los miembros de la generación del 98 poseían
estilos muy diferentes, tenían en común una actitud crítica e interrogativa,
una conciencia de la necesidad de liberalizar y modernizar España, y una noción
sentida y profunda de la idiosincrasia española. Los escritos de Unamuno, en
concreto sus vigorosos ensayos y poemas, expresan una filosofía que tiene
ciertas similitudes con el existencialismo. Las obras de Valle-Inclán expresan
la actitud artística conocida como esteticismo, es decir, la concesión de
importancia primordial a la belleza, anteponiéndola a los aspectos
intelectuales, religiosos, morales o sociales. El paisaje, la historia, las
gentes y el espíritu de Castilla reciben la expresión más auténtica de los
últimos tiempos en los poemas de Antonio Machado y los artículos y ensayos de
Azorín. Pío Baroja, autor de los 20 volúmenes que componen las Memorias de un
hombre de acción, es, para algunos, el mejor novelista español después de Pérez
Galdós. Benavente —autor de Los intereses creados (1907)— recibió el Premio
Nobel de Literatura en 1922 y fue el dramaturgo español más distinguido de su
época.
1.3. El siglo XX
En el siglo XX la corriente literaria iniciada por la
generación del 98 se apagó por un tiempo durante la guerra civil (1936-1939),
cuando la mayoría de los intelectuales fueron silenciados u obligados a tomar
el camino del exilio, pero recuperó su vigor después de la II Guerra Mundial.
La sensibilidad y la absoluta pureza formal, en las obras de
los escritores de comienzos del siglo XX, caracterizan la poesía de Juan Ramón
Jiménez, quien obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1956. El filósofo y
ensayista José Ortega y Gasset, maestro de la prosa, es muy conocido como uno
de los principales intérpretes del espíritu de su época. Otros escritores
destacados de este periodo son el novelista, poeta y crítico Ramón Pérez de
Ayala; el novelista y ensayista Gabriel Miró; el novelista, dramaturgo y
crítico Ramón Gómez de la Serna —autor de las greguerías—, que fue el máximo
exponente del vanguardismo y el expresionismo literario en España; el crítico y
ensayista Eugenio d’Ors; los ensayistas Salvador de Madariaga y Gregorio
Marañón; y el crítico y catedrático Ramón Menéndez Pidal.
1.3.1. Poesía
Una brillante generación de poetas, conocida como la
generación del 27, floreció a finales de los años veinte y durante toda la
década de los treinta. El más conocido de estos poetas es Federico García
Lorca, quien dio expresión al espíritu popular de España en sus poesías y obras
teatrales. Otros poetas destacados de esta generación son Jorge Guillén, Rafael
Alberti y Vicente Aleixandre. La obra de Guillén se agrupa, bajo el título de
Aire nuestro, en tres libros: Cántico, Clamor y Homenaje. Guillén tuvo que
exiliarse por motivos políticos en 1939, y sus versos reflejan un pesimismo
creciente. Aleixandre, que obtuvo el Premio Nobel en 1977, ejerció una
considerable influencia sobre otros poetas españoles. Su obra poética, que
comienza con Ámbito (1928), adapta con inmensa creatividad la experiencia
renovadora del surrealismo. Antología total (1975) es la más reciente colección
completa de sus obras. La influencia de esta formación generacional se reflejó
en poetas como César Vallejo, Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Octavio Paz,
entre otros. Al grupo al que en ocasiones se hace referencia como generación
del 36 pertenecen Germán Bleiberg, Carmen Conde, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo
Panero, Luis Rosales, Dionisio Ridruejo y, así también, Miguel Hernández, quien
fue elogiado de forma unánime tras la publicación de El rayo que no cesa
(1936). La generación de 1936 se caracteriza por la expresión de su fe
religiosa y por un intimismo. Fueron poetas disconformes con la situación
política y social creada tras la guerra civil pero que en vez de enfrentarse
con el régimen establecido optaron por una poesía personal y sincera sobre la
naturaleza, la fe religiosa y otros temas íntimos.1.3.2. La novela
La novela es el género más floreciente de la literatura
española contemporánea. Max Aub es autor, entre otras obras, de El laberinto
mágico —amplio panorama sobre la guerra civil— y La verdadera historia de la
muerte de Francisco Franco (1960). Una de las mejores novelas de Francisco
Ayala, crítico y sociólogo además de novelista, es Muertes de perro (1958), que
describe el mundo esperpéntico de una dictadura americana. Las novelas La
familia de Pascual Duarte (1942), de Camilo José Cela, y Nada (1944), de Carmen
Laforet, figuran entre las más destacadas de un nuevo tipo de realismo conocido
como tremendismo, que se caracteriza por la presencia del antihéroe y la
insistencia en los aspectos más sórdidos y desagradables de la vida. Cela,
galardonado con el Premio Nobel en 1989, ha escrito novelas de estilos muy
diferentes y es también conocido por sus libros de viajes. La colmena (1951) es
para algunos su mejor novela.
Hacia mediados de siglo XIX arranca el desarrollo del género
realista, que conduce al esplendor narrativo de finales de la centuria. Entre
los más destacados representantes del género cabe mencionar a Juan Valera
(Pepita Jiménez, 1874), Alarcón (El sombrero de tres picos, 1874) y José María
de Pereda (Sotileza, 1885), educados en el romanticismo, y Emilia Pardo Bazán
(Los pazos de Ulloa, 1886), Leopoldo Alas (La regenta, 1884-1885) y Blasco
Ibáñez (Cañas y barro, 1902), que abordan cuestiones como las trabas sociales a
la libertad individual, la virtud y la condena del vicio e introducen temas de
carácter regionalista. Hacia finales de la centuria esta fértil corriente
confluye en la obra de Benito Pérez Galdós. Autor de casi un centenar de
novelas, Galdós se convierte en testigo excepcional de la historia de España y
logra calar profundamente en el espíritu de la época. Entre su cuantiosa obra
cabe destacar los Episodios nacionales (1873-1879), Fortunata y Jacinta
(1886-1887), Tristana (1892) o Misericordia (1897).
La novela hispanoamericana en el siglo XIX se planteó desde
sus inicios como expresión de una conciencia nacional, cargada de elementos
sociales y morales, que pretendía asumir el carácter de documento histórico.
Después de dos siglos de literatura esta línea sigue viva en las obras
actuales, cuyos temas siguen siendo el nacionalismo, la intensificación de lo
autóctono, la lucha por la libertad frente a los dictadores y tiranos, y una
permanente denuncia social y moral.
El romanticismo duró mucho en América e intensificó los temas
políticos y sociales, de carácter histórico o problemática inmediata. Los
argentinos Esteban Echeverría, con El matadero (1871), un relato sentimental y
José Marmol con Amalia (1851-55), inician el romanticismo social en obras que
son al mismo tiempo crónica de una época. Guatimozín (1846), de la cubana
Gertrudis Gómez de Avellaneda, relato de la conquista de México, y Enriquillo
(1877), del dominicano Manuel de Jesús Galván, que cuenta las experiencias de
los conquistadores, son también mezcla de historia y romanticismo.
Simultáneamente, se desarrolló una línea de novelas, en clave
lírico-sentimental, cuyo máximo exponente puede ser María (1876) del colombiano
Jorge Isaacs, la mejor novela romántica hispanoamericana de todos los tiempos.
El movimiento de Reforma en México influyó en el desarrollo
de la novela histórica y de contenido moralizante, en un periodo de transición
al realismo costumbrista. Juan Díaz Covarrubias había publicado Gil Gómez el
insurgente (1858), pero poco más tarde las obras más conocidas fueron Los
bandidos de Río Frío (1889), folletín costumbrista, y El Zarco (1886), de
Ignacio Manuel Altamirano, de intención reformadora y enseñanza moral.
El colombiano Eugenio Díaz Castro escribió Manuela (1878),
novela criolla y costumbrista, que tuvo amplia aceptación. Al filo de ambos
siglos, el mexicano Rafael Delgado escribió muchas obras de inclinación
naturalista, entre las que destacan La Calandria (1890), Angelina (1893) y Los
parientes ricos (1903).
En la misma línea están el argentino Eduardo Gutiérrez, con
Juan Moreira (1880), en la que resuena el Martín Fierro y la interesante novela
indigenista Aves sin nido (1889) de la peruana Clorinda Matto de Turner, que
plantea los problemas de los indios y su proyección social.
El realismo europeo influyó enormemente en los escritores
hispanoamericanos, que vieron las huellas de Zola y Balzac. A caballo entre dos
siglos, el realismo latinoamericano continúa el costumbrismo y el naturalismo
para dar paso, con los nuevos autores, a un modernismo múltiple que derivará
hacia distintas expresiones inicialmente regionalistas, pero que se propondría
enseguida temáticas específicas, hasta llegar a la década de 1960 con el 'boom'
de la novela hispanoamericana.
En el curso del presente siglo la novela ha sufrido
importantes transformaciones temáticas y estilísticas. Los temas psicológicos y
filosóficos cultivados por los novelistas de finales del siglo XIX alcanzan la
cima de su desarrollo con las tres principales figuras literarias del primer
tercio del siglo XX: Marcel Proust, Thomas Mann y James Joyce. En busca del
tiempo perdido, uno de los proyectos literarios más ambiciosos de todos los
tiempos, supone por parte de Proust un análisis minucioso de la memoria y el
amor obsesivo, en un complejo contexto de cambio social. Este grandioso fresco
de la sociedad francesa de comienzos de siglo introduce un modo de narrar y
escribir profundamente nuevo y provocará una auténtica revolución expresiva en
toda la literatura posterior. La obra de Mann, de la que cabe destacar Los
Buddenbrook y La montaña mágica, analiza con inigualable lucidez y virtuosismo
literario los grandes problemas de nuestro tiempo, fundamentalmente la guerra y
la crisis espiritual en Europa. Ulises de Joyce es uno de los libros
fundamentales de la literatura moderna y su repercusión ha sido tal que se
habla de literatura pre y post-joyciana. Inspirada en la epopeya homérica, la
novela narra un sólo día en la vida de Leopold Bloom. La obra de Joyce se
propone compendiar todos los aspectos del hombre moderno y su relación con la
sociedad. Para ello se sirve del monólogo interior, técnica que permite al
lector introducirse en la mente de los personajes y habitar en su inconsciente.
La complejidad de esta novela, que revela una vasta erudición y ha llevado el
realismo hasta extremos desconocidos, se refleja en el lenguaje a través de la
invención de nuevas palabras y sintagmas.
Otros grandes novelistas europeos del siglo XX comparten con
Mann la preocupación por transmitir sus ideas filosóficas a través de sus
personajes. Los más destacados son el alemán Hermann Hesse (El lobo estepario,
1927), cuyo interés por los componentes irracionales del pensamiento y ciertas
formas del misticismo oriental anticipó en cierto sentido las posturas de las
vanguardias europeas; los españoles Pío Baroja (El árbol de la ciencia, 1911) y
Miguel de Unamuno (Niebla, 1914; Abel Sánchez, 1917); los escritores y filósofos
franceses Albert Camus (La peste, 1947) y Jean-Paul Sartre (La náusea, 1938)
—principales exponentes de la corriente existencialista—, que abordan en sus
obras temas como el absurdo, el dolor y la soledad de la existencia; el
novelista checo Franz Kakfa (El proceso, 1925; El castillo, 1926), creador de
una singular obra de carácter alegórico y difícil interpretación que gira en
torno al tema fundamental de la culpa y la condena; el irlandés Samuel Beckett
(Molloy, 1951), muy próximo a Kafka en sus parábolas de la futilidad humana y a
Joyce en su afición a los juegos de palabras; o el estadounidense William
Faulkner, heredero de Joyce y Proust y autor de novelas sumamente complejas
sobre la derrota y el desmoronamiento existencial.
La influencia de Tolstoi en escritores posteriores se ve
reforzada en Rusia por la estética marxista. Máximo Gorki (La madre, 1907) y
Borís Pasternak (Doctor Zhivago, 1956) siguen abordando la relación entre los
problemas personales y los acontecimientos políticos. El exiliado Vladimir
Nabokov (Lolita, 1955; Pálido fuego, 1962), que escribió en alemán y en inglés,
desprecia las preocupaciones morales y filosóficas de Tolstoi y opta por el
esteticismo de Proust.
Tras la II Guerra Mundial se produce una auténtica explosión
literaria en el ámbito hispánico, popularmente conocida como 'boom
latinoamericano'. Entre los principales representantes de esta corriente
destacan el argentino Julio Cortázar (Rayuela, 1963), el colombiano Gabriel
García Márquez (Cien años de soledad, 1968), el mexicano Carlos Fuentes y el
peruano Mario Vargas Llosa.
1.3.3. Teatro y ensayo
Dejando a un lado las tragedias lírica y simbólicas de García
Lorca, el teatro moderno español no ha estado a la altura de los otros géneros.
Cabe citar entre los dramaturgos a Alejandro Casona, de cuyo simbolismo es
muestra la Dama del alba (1944), y a Antonio Buero Vallejo, cuya Historia de
una escalera es un buen ejemplo de su teatro realista con alusiones
existencialistas. También son dignos de mención Alfonso Sastre, autor de
Escuadra hacia la muerte (1953) y Fernando Arrabal, polémico autor, cuyas
primeras obras que él denominó ‘pánicas’ revolvieron la escena española.
En el terreno del ensayo Julián Marías, discípulo de Ortega y
Gasset, hizo algunas contribuciones importantes al género durante la posguerra.
Américo Castro, Dámaso Alonso y Joaquín Casalduero son algunos de los críticos
literarios más destacados. Entre la multitud de eminentes ensayistas
contemporáneos se encuentran José Gaos, Pedro Laín Entralgo, José Ferrater
Mora, María Zambrano, José Luis L. Aranguren, Francisco Ayala, Guillermo Díaz
Plaja, Ricardo Gullón y Guillermo de Torre.
A finales del siglo XIX y comienzos del XX no se produce en
España la renovación del arte dramático que sucede en otros países gracias a la
obra de directores y autores como Stanislavsky, Gordon Craig, Appia, Chéjov o
Pirandello. Aquí el teatro es, sobre todo, un entretenimiento para el público
burgués que acude con asiduidad a las representaciones. Las compañías teatrales
formadas por las grandes actrices y actores del momento, que son además
empresarios, están dedicadas a complacer los gustos de este público conservador
y convencional. Los casos de Gabriel Martínez Sierra o de la compañía de
Margarita Xirgu, dispuestos a jugarse el dinero y el prestigio en el
descubrimiento de nuevos autores y en innovaciones estéticas, son
excepcionales. También resultan excepcionales las aportaciones de Adrià Gual,
creador del Teatre Intim que realizaba una programación de corte europeo. Lo
corriente fue el éxito de aquellos autores que como José Echegaray, premio
Nobel de Literatura en 1904, complacían las expectativas del público teatral
burgués. Benito Pérez Galdós, otro autor de reconocido prestigio, es un caso
diferente. Galdós se atrevió a crear unos personajes femeninos que, como la
protagonista de su drama Electra (1901), se enfrentan al fanatismo y al
oscurantismo. Las obras de Jacinto Benavente señalan el final del tono
melodramático, grandilocuente y declamatorio en el teatro. Benavente inicia con
Los intereses creados (1907) o La malquerida (1913) el realismo moderno.
La otra tendencia del teatro español de comienzos de siglo es
un teatro de carácter popular: el drama social de corte costumbrista que
termina derivando en una forma estilística original: el sainete. Su mayor
representante será Arniches (1866-1943), autor que creó la "tragedia
grotesca", un tipo de obras que caricaturizaban a la clase media. Aunque
no se debe olvidar que el tipo de crítica que planteaba este teatro estaba
siempre mitigada por los intereses comerciales. El caso de Valle Inclán es, en
cambio, el de un autor totalmente al margen de cualquier planteamiento
comercial en la creación de sus obras. Esto le permitió una libertad creativa
que sitúa su teatro muy por encima del de sus contemporáneos. El de Valle es un
teatro innovador, crítico, profundamente original. Sus novedosos planteamientos
escénicos recibieron el nombre de esperpentos por presentar desde el escenario
una deformación estética y sistemática de la realidad. Para Valle Inclán, como
para Shakespeare, el teatro es un espejo de la realidad, pero en este caso un
espejo deformante. El teatro de Valle Inclán no recibió en su momento la
consideración que merecía, como tampoco la recibieron el resto de los autores
de la generación del 98: Azorín, Pío Baroja o Unamuno. Son una excepción los
hermanos Machado, que obtuvieron un gran éxito de público con dramas como La
Lola se va a los puertos (1929) o La duquesa de Benamejí (1932).
Pronto los autores con planteamientos no comerciales buscaron
otras formas de poner en escena sus obras al margen de los grandes teatros.
Entre estos intentos de crear un teatro vanguardista destaca la labor de los
teatros universitarios: El Búho de Max Aub y La Barraca de Eduardo Ugarte y García
Lorca. Este último, uno de los grandes poetas del siglo, fue de los pocos
miembros de la generación del 27 que se interesaron por el teatro. Lorca
utilizó en sus obras gran diversidad de fuentes de inspiración: lo popular en
Bodas de sangre (1933) o Mariana Pineda (1927), el guiñol con un matiz
valleinclanesco en sus Títeres de cachiporra, Amor de don Perlimpín con Belisa
en su jardín (1933), La zapatera prodigiosa (1930) y los movimientos de
vanguardia como el surrealismo en El público (1930) o Así que pasen cinco años
(1930). La colaboración de García Lorca con Margarita Xirgu permitió que la
obra del dramaturgo poeta llegase a ser vista en los escenarios de los
principales teatros españoles. Entre las puestas en escena que la actriz y
empresaria llevó a cabo cabe destacar el estreno en Barcelona de Mariana Pineda
con decorados de Salvador Dalí. El estallido de la Guerra Civil en 1936 y el
asesinato de Lorca vinieron a frustrar la carrera de un autor que aunaba un
talento extraordinario y vanguardista con la difícil cualidad de gustar al
público tradicional del teatro.
Después del trauma de la guerra, los dramaturgos de la
posguerra se enfrentaron a una férrea censura que hacía difícil, sino
imposible, ofrecer una visión crítica de la realidad. Dos son las figuras que
emergen en esta sociedad cerrada desenmascarando, aunque desde perspectivas
diferentes, la realidad de la que nadie quería hablar públicamente: Buero
Vallejo y Alfonso Sastre. El teatro de Buero investiga en la condición trágica
y ambigua de la libertad humana, mientras que la obra de Sastre, inseparable de
su trayectoria comunista, concibe el teatro como un instrumento de acción
revolucionaria. A fines de la década de 1950 surge una nueva promoción, la de
los autores llamados de la generación perdida. Autores como Lauro Olmo, Martín
Recuerda o Luis Matilla adquieren pronto, por su marginación sistemática de los
escenarios públicos y comerciales, conciencia de grupo. Coinciden igualmente en
sus planteamientos y temáticas: siguiendo con la línea del realismo crítico,
hablan de la explotación del hombre por el hombre y de la injusticia social. A
lo largo de la década de 1960 aparece un nuevo grupo de autores, tan castigados
por la censura como los anteriores. Se caracterizan, en términos generales, por
su rechazo del realismo y por su interés experimentalista. Su estilo teatral se
integra en las nuevas formas del teatro de vanguardia, desde las del teatro del
absurdo a Artaud, Brecht o Grotowsky. Entre estos autores destacan José Ruibal,
Francisco Nieva o Fernando Arrabal. Este último es el autor de alguna de las
piezas más representativas del teatro europeo de este siglo. Es también en la
década de los sesenta y en los setenta cuando se produce la efervescencia de
los denominados grupos independientes, vinculados a la figura de un director o
autor o experimentando con fórmulas de creación colectiva. Estos grupos surgen
con una decidida vocación de resistencia antifranquista y una actitud de
búsqueda en cuanto a concepciones escénicas y técnicas interpretativas.
Apartados de los círculos del teatro oficial, su labor se fue introduciendo en
universidades, centros culturales y colegios mayores. Grupos como Tábano, el
TEI (Teatro Estable Independiente), Goliardos, Cómicos de la Legua, Esperpento
o muchos otros contribuyeron a dinamizar la vida teatral española en las
postrimerías del franquismo.
Con la vuelta de la democracia se produjo una renovación del
teatro oficial. Directores, hombres y mujeres de teatro ya con larga
experiencia —Miguel Narros, Nuria Espert— y otros nombres nuevos, como Lluis
Pascual, acceden a la dirección de los Teatros Nacionales, centrando sus
programaciones en los grandes dramaturgos clásicos y contemporáneos y
recuperando a los autores españoles del 98 y principios de siglo, como Lorca o
Valle Inclán.
El énfasis en la revitalización de textos considerados
clásicos se ha asociado a una crisis de producción de textos dramáticos
originales. Sin embargo, los grupos independientes van perdiendo vigor y
presencia en la escena española. Tan sólo unos pocos han subsistido y han
podido mantener una continuidad: Els Joglars, dirigido por Albert Boadella,
cuyos montajes siempre polémicos y provocadores cuentan con el apoyo
incondicional del público; Els comediants, que reivindica un teatro festivo, de
grandes máscaras, de gigantes y cabezudos, un teatro que entronca con el
folclore y las fiestas populares, un teatro de espacios abiertos; o La fura
dels Baus, grupo que se autodefine como "organización delictiva dentro del
panorama actual del arte", y en cuyos montajes se subvierten todos los
supuestos de la representación teatral, empezando por el espacio del público,
constantemente violentado por la acción. En consonancia con las tendencias
internacionales, estos grupos tienen una visión del teatro como espectáculo
total, no exclusivamente textual, incluyendo en sus montajes otras formas de
expresión artística como fotografía, vídeo, pintura o arquitectura.
2. MODERNISMO
Se denomina así al movimiento literario encabezado por Rubén
Darío y cuyo texto inicial es Azul…, miscelánea de verso y prosa, publicada en
1888 en Chile.
Se reconocen antecedentes y concordancias en otras figuras
del mismo periodo, como los cubanos José Martí y Julián del Casal, el
colombiano José Asunción Silva, el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera y el
español Salvador Rueda. El modernismo coincide con un rápido y pujante
desarrollo de ciertas ciudades hispanoamericanas, que se tornan cosmopolitas y
generan un comercio intenso con Europa, se comparan con las urbes estadounidenses
y producen un movimiento de ideas favorables a la modernización de las viejas
estructuras heredadas de la colonia y las guerras civiles. A la vez, estos años
son los de la confrontación entre España y Estados Unidos por la hegemonía en
el Caribe, que terminó con el desastre colonial de 1898, hecho que dará nombre
a la generación del 98, que tuvo importantes relaciones con el modernismo.
2.1. ORIGEN: PARNASIANISMO Y SIMBOLISMO
2.1.1.Parnasianos
Grupo de poetas del siglo XIX liderados por el poeta Leconte
de Lisle. El movimiento poético de los parnasianos invitaba a la
experimentación con el verso y las formas métricas y convivió con la tendencia
hacia el realismo en el teatro y la novela que comenzó a perfilarse a finales
del siglo XIX. Estos poetas tomaron su nombre de su periódico Le Parnasse
Contemporain (1866-1876). En respuesta al romanticismo, los poetas parnasianos
defendían el arte por el arte, la poesía basada en temas exóticos y elaborada
con minuciosidad. Sus principios habían sido formulados anteriormente por
Théophile Gautier en su prefacio a Mademoiselle de Maupin. Sus poemas, Esmaltes
y camafeos, también influyeron en la obra de los principales poetas
parnasianos, como José María Heredia. El movimiento influyó en toda Europa y
dio paso posteriormente al simbolismo, una nueva generación de poetas
seguidores de Mallarmé y Verlaine, que también fueron parnasianos en su primera
época.
2.1.2. Simbolismo
Movimiento literario y de las artes plásticas que se originó
en Francia a finales del siglo XIX.
El simbolismo literario fue un movimiento estético que animó
a los escritores a expresar sus ideas, sentimientos y valores mediante símbolos
o de manera implícita, más que a través de afirmaciones directas. Los
escritores simbolistas, que rechazaron las tendencias anteriores del siglo (el
romanticismo de Victor Hugo, el realismo de Gustave Flaubert o el naturalismo
de Émile Zola), proclamaron que la imaginación era el modo más auténtico de
interpretar la realidad. Al mismo tiempo se alejaron de las rígidas normas de
la versificación y de las imágenes poéticas empleadas por sus predecesores, los
poetas parnasianos. Entre los principales precursores de la poesía simbolista
figuran el escritor estadounidense Edgar Allan Poe, el poeta francés Gérard de
Nerval y los poetas alemanes Novalis y Hölderlin.
El simbolismo nace en la poesía de Charles Baudelaire.
Algunas de sus obras, como Las flores del mal (1857) y El spleen de París
(1869) fueron tachadas de decadentes por sus contemporáneos. Stéphane Mallarmé
se encargó de difundir el movimiento a través de su salón literario y su
poesía, como se pone de manifiesto en La siesta de un fauno (1876). Sus ensayos
en prosa, Divagaciones (1897) constituyen una de las principales aportaciones
teóricas a la estética simbolista. Otras obras fundamentales de este movimiento
fueron las Romanzas sin palabras (1874) de Paul Verlaine y El barco ebrio
(1871) y Una temporada en los infiernos (1873) de Arthur Rimbaud.
El simbolismo sobrevivió hasta bien entrada la década de 1890
en las obras de poetas franceses como Jules Laforgue y Paul Valéry, así como en
la obra del escritor y crítico Rémy de Gourmont. Peleas y Melisanda, del
dramaturgo belga Maurice Maeterlinck, es una de las pocas obras de teatro
simbolistas. El simbolismo se difundió por todo el mundo; su influencia fue
especialmente notable en Rusia, donde cabe destacar la obra del poeta Alexander
Blok, y tuvo un gran impacto en la literatura del siglo XX. En el área española
influyó en la poesía de Ruben Darío, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez.
El movimiento simbolista tuvo un significado especial en las
artes plásticas. La preocupación por los aspectos subjetivos y el empleo
alusivo del color y las formas característicos del simbolismo se refleja en
movimientos artísticos posteriores como el fauvismo, el expresionismo y el
surrealismo.
3. GENERACIÓN DEL 98
También llamada generación del desastre en alusión a la
pérdida de Cuba por España.
Habrá que esperar hasta 1934, con la conferencia de Pedro
Salinas sobre "El concepto de generación literaria aplicado a la del
98", para que se fije definitivamente esta manera de identificar a una
generación que representó un fenómeno importante por cuestionarse la tarea
intelectual frente a España y la política española, y plantearse el dilema de
una literatura acorde con esas inquietudes. Muchos de sus representantes
estaban ligados a la Institución Libre de Enseñanza, que dirigía Francisco
Giner de los Ríos. Sobresalen autores como Ángel Ganivet (1862-1898), autor de
Idearium español (1897); Joaquín Costa (1846-1911); Miguel de Unamuno
(1864-1937), con obras como En torno al casticismo (1895), Vida de Don Quijote
y Sancho (1905) y Del sentimiento trágico de la vida (1913); Ramiro de Maetzu,
quien enumeraba los engaños que dominaban a España en el campo de la prensa, la
política, la oligarquía y el caciquismo, la literatura y la ciencia, las
supuestas glorias históricas, y, como otros jóvenes rebeldes de su tiempo (el
mismo Unamuno o Martínez Ruiz, Azorín), rechazaba la guerra colonial en todas
sus manifestaciones; José Ortega y Gasset, que, en realidad, trascendió el
marco de esta generación. Debe mencionarse también la obra de Azorín (El alma
castellana (1900); La ruta de don Quijote (1905), Antonio Machado (Soledades y
Campos de Castilla, sobre todo), Pío Baroja (La raza; La lucha por la vida,
1904), Ramón María del Valle-Inclán, Vicente Blasco Ibáñez, Gabriel Miró.
La generación del 98, a veces asociada con el modernismo
literario, reflejó en gran medida las oscilaciones ideológicas de algunos de
sus integrantes, según lo ha estudiado Carlos Blanco Aguinaga en su Juventud
del 98 (de las posturas socialistas y anarquistas a cierto énfasis nacional de
corto alcance) y en no conseguir siempre resolver el ajuste entre su
preocupación por el casticismo y el problema español, y las preguntas
estrictamente ligadas al ejercicio de la literatura. Este ejercicio sólo fue
posible a través de búsquedas más individuales y en el tránsito hacia propuestas
estéticas de las generaciones próximas en el tiempo: la del 14 y la del 27.
3.1. Regeneracionismo
Corriente reformadora que se puso en marcha en España tras la
gran crisis de 1898 (pérdida del territorio ultramarino: Cuba, Puerto Rico y
Filipinas). Cronológicamente el movimiento regenerador abarcó hasta el inicio
de la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923), aun cuando éste se
considerara a sí mismo y fuera considerado incluso por otros como un
regeneracionista.
La pérdida de las últimas colonias ultramarinas y la
inseguridad acerca de la misma integridad territorial de España desencadenó un
proceso de profunda y agria crítica. Sólo una minoría trató de buscar
soluciones que consiguieran la modernización de España. Entre estos grupos
destacaron algunos intelectuales (Joaquín Costa, principalmente) y políticos
(Francisco Silvela, Antonio Maura, José Canalejas), pero también personas
pertenecientes a otros sectores sociales.
Fue un movimiento que pretendía conseguir la transformación
interna de la persona para proyectarse luego sobre el resto de las actividades
humanas. El eslogan de Costa puede ser representativo de este tipo de
movimiento: "Escuela, despensa y siete llaves al sepulcro del Cid".
La escuela como el instrumento básico de transformación de la persona, tanto
individual como colectivamente; pragmatismo en lo económico y un giro radical
en la tradicional política ‘quijotesca’ española hacia terrenos e intereses más
cercanos y directos. En el campo cultural, se consiguieron logros notables en
casi todos los aspectos hasta el punto de que se puede hablar de ‘una edad de
plata’; distintas generaciones (la del 98, la del 13 o la del 27) contribuyeron
a ello.
En el terreno económico, las iniciativas fueron también
interesantes, desde la política hidráulica a la forestal, pasando por otra
serie de actividades que sirvieron para impulsar la economía, favorecida por la
I Guerra Mundial, en la que España no combatió.
En lo político, el acierto no resultó tan evidente. Pasado un
quinquenio de crisis, donde la Corona hubo de arbitrar ante la inestabilidad de
los partidos gobernantes, se entró en otro (1907-1912), de la mano de Maura y
Canalejas, en el que los logros positivos fueron apreciables, para desembocar
en el último (1917-1923), en el que se produjo la definitiva descomposición del
sistema de la Restauración.
4. NOVECENTISMO
Conocemos como novecentismo un movimiento literario de
transición hacia las vanguardias que se dio alrededor de la fecha simbólica de
1914. Fue un movimiento mayoritariamente de intelectuales y liberales que
apoyaban el reformismo burgués, es decir, el cambio paulatino hacia una
sociedad burguesa. Esta literatura, concebida como literatura para minorías por
el escaso público al que estaba dirigida, tenía el ideal del arte puro. Esta
concepción del arte es la llamada "el arte por el arte", se trata de
buscar la perfección estética. Entre sus principales autores se cuentan, entre
otros, E. D’Ors, G. Miró, R.P. de Ayala, Ortega y Gasset y W. Fernández Flores.
5. GENERACIÓN DEL 27
Nombre con el que se identifica al grupo de escritores
españoles ligados históricamente por el homenaje a Luis de Góngora, al
cumplirse, en 1927, el tricentenario de su muerte.
La recuperación del poeta barroco plantea una diferencia
sustancial con el movimiento ultraísta: mientras éste proponía una búsqueda
constante de lo nuevo, en la generación del 27 se produce un encuentro entre
ciertos principios de las vanguardias literarias y la poesía española clásica,
desde la lírica popular, Gonzalo de Berceo o Gil Vicente, hasta poetas
barrocos, además de Góngora, como el conde de Villamediana, Pedro Soto de
Rojas, Bocángel, Polo de Medina y, entre otros, Gustavo Adolfo Bécquer y fray Luis
de León, a quien la revista Carmen, dirigida por Gerardo Diego, rindió homenaje
en 1928, con ocasión del cuarto centenario de su nacimiento. En efecto, como
muy bien definiera al grupo del 27 uno de sus poetas representativos, Rafael
Alberti, ellos eran "vanguardistas de la tradición". Tienen incluso
una actitud de reconocimiento hacia la generación del 98 aunque, más
interesados por una literatura de alcance universal, no se ocuparon tanto de
asuntos relacionados con las debilidades de la estructura social española. No
obstante, un escritor joven del 98, el filósofo José Ortega y Gasset, aporta
con La deshumanización del arte (1925) una visión crítica y en cierto modo descriptiva
de la estética del 27.
5.1. Las vanguardias
Movimientos literarios renovados que se desarrollaron en la
primera mitad del siglo XX. La acepción primera de la palabra vanguardia
pertenece al lenguaje militar. En Francia comienza a usarse aplicada a la
política entre los socialistas utópicos hasta que adquiere, con Marx y Engels,
el sentido de minoría esclarecida encargada de conducir la revolución.
Posteriormente se desarrolla el concepto entre los movimientos artísticos que
se proponen romper con las convenciones estéticas vigentes. La política y las
artes compartirán, unidas o relativamente separadas, el uso de la palabra
vanguardia. Tanto España como los países americanos se harán eco —y
reelaborarán— las vanguardias surgidas sobre todo en Francia, en Alemania y en
Italia. El 20 de febrero de 1909 Marinetti difunde su Manifiesto futurista. En
la década siguiente, y debido al impacto que produce el estallido de la I
Guerra Mundial, surgen el expresionismo en Alemania, el dadaísmo y el cubismo.
De la redacción de los principios estéticos de este último tanto en pintura
como en literatura se encargan Pablo Picasso y Guillaume Apollinaire
(1880-1918), autor de Alcoholes, de Caligramas y de Las tetas de Tiresias, obra
en cual utiliza por primera vez (1917) el término surrealista, movimiento que
tendrá su primer manifiesto en 1924.
Un año después de lanzado el Manifiesto Futurista, Rubén
Darío, máximo representante del modernismo literario, replica a Marinetti
diciendo que la palabra "futurismo" ya había sido empleada por el
poeta catalán Gabriel Alomar en 1904 y preguntándose si ciertos principios,
como el culto de la velocidad, de la energía y de los deportes no estaban ya en
Homero y Píndaro; si no habría que releer el manifiesto romántico de Víctor
Hugo, incluido como prólogo del Cromwell, sobre todo cuando reivindica el
"grotesco" y la mezcla de géneros; si, como dice Marinetti, la
"guerra" es la única "higiene del mundo", ¿qué pasa con la
peste? Punto de vista el de Darío sumamente lúcido, aún más si se piensa en
cómo el fascismo supo absorber de la proclama de Marinetti el culto del valor,
de la energía y de la temeridad a toda costa. Tanto el chileno Vicente
Huidobro, como el argentino Jorge Luis Borges y el brasileño Mario Andrade
verán con reparos las veleidades futuristas, sin negar algunos de sus aspectos
estimulantes.
En 1916 Juan Ramón Jiménez había escrito Diario de un poeta
recién casado, texto que señala un cambio en su evolución posterior y en la de
la poesía española. Pero es el año 1918 el que marca un hito importante en el
desarrollo de las vanguardias en España y, además, en América. Viaja a Madrid
Vicente Huidobro, poeta chileno que defendía el creacionismo, según sus propias
palabras desde 1912, comparándolo con el imagismo inglés-americano de Ezra
Pound, dando ejemplos del dadaísta Tristan Tzara y Francis Picabia, entre
otros. El conflicto entre naturaleza y arte (ya Oscar Wilde había dicho
"la naturaleza imita al arte") se resuelve en Huidobro diciendo que
el poeta ha de crear su poema como la naturaleza crea un árbol. En los últimos
meses de 1918 comienzan las tertulias de Rafael Cansinos-Asséns, rodeado de
jóvenes (poetas y aspirantes a poetas) en el Café Colonial de Madrid. Son los
gérmenes del ultraísmo, movimiento ultrarromántico (Cansinos dixit) que reniega
de lo viejo (el modernismo), de la oratoria y la retórica, de los prejuicios
moralistas o académicos, y defiende, proclamando que la guerra no ha servido
para nada, un estar "adelante siempre en arte y en política, aunque
vayamos al abismo", construyendo la fraternidad universal a través de las
nuevas estéticas, siempre "subversivas y heréticas" porque
"atacan al régimen y a la religión". Lo nuevo se reveló en una mezcla
de influencias: desde el dadaísmo y el expresionismo, hasta el futurismo y el
cubismo. El ultraísmo se expresó sobre todo a través de revistas, en las que
publicaban poetas del círculo de Cansinos-Asséns. Estuvieron ligados al
ultraísmo Jorge Luis Borges, quien más tarde se arrepentiría de sus devaneos;
Ramón Gómez de la Serna, cuyas greguerías estaban muy próximas al culto de la
imagen sorprendente e ingeniosa, quien escribió, bajo el seudónimo de Tristán,
una "proclama futurista a los españoles"; Guillermo de Torre, en
quien abundan los neologismos, las imágenes cinemáticas, el abandono de los
signos de puntuación, los juegos con la disposición tipográfica; Gerardo Diego;
César Vallejo y Juan Larrea. El ultraísmo, a través de Borges, se difundió en
Argentina, y a él estuvo ligado Oliverio Girondo, quien escribió el manifiesto
de la revista Martín Fierro, que comenzaba diciendo "Contra la impermeabilidad
hipopotámica del honorable público" y afirmaba la importancia de lo propio
sin perder de vista la influencia de otras culturas, razonamiento muy semejante
a los modernistas brasileños del Manifiesto Antropofágico —hay que absorber al
otro, al "enemigo sacro"—, desde Oswald de Andrade al "reino del
mestizaje" de Paulo Prado. También en México hubo una versión peculiar del
ultraísmo: el estridentismo de Manuel Maples Arce, Germán List Arzubide y
Salvador Gallardo, cuyo primer manifiesto incluía los nombres de
Cansinos-Asséns, Borges, Gómez de la Serna, Guillermo de Torre y otros,
proponía un sincretismo de todos los movimientos y mandaba a "Chopin a la
silla eléctrica". Ya el poeta mexicano Enrique González Martínez escribía
en 1911 su soneto antimodernista ‘Tuércele el cuello al cisne’. En Puerto Rico,
hubo manifiestos euforistas (Vicente Palés Matos y Tomás L. Batista) y uno
atalayista (C. Soto Vélez). Las relaciones entre arte y política se
desenvolvieron a través del conflicto entre nacionalismo y cosmopolitismo
(Boedo y Florida en Argentina o el negrismo en Cuba).
En 1927, al cumplirse el tricentenario de la muerte de
Góngora, Gerardo Diego y Rafael Alberti convocan el acto conmemorativo.
Estuvieron presentes Salvador Dalí y José María Hinojosa, en sustitución de
Dámaso Alonso, entre otros. Nace la generación del 27, en la que coexisten
diversas tendencias, desde los que recuperan los hallazgos más interesantes del
ultraísmo y del surrealismo hasta los que crean una poesía más pura (dado el
influjo de Góngora y ciertos principios de Juan Ramón Jiménez) o buscan un
contacto con la lírica tradicional y popular. En 1945 nace en Madrid el
postismo, representado sobre todo por Eduardo Chicharro y Carlos Edmundo de
Ory, que se encuentran en el Café Pombo. Su intento, muy próximo al
surrealismo, es, no obstante, revisar la estética de todas las vanguardias de
las primeras décadas del siglo. Declaran que en poesía pisan "directamente
sobre las pálidas cenizas de Lorca y Alberti" y que son "hijos
adulterinos de Max Ernst, de Perico de los Palotes y de Tal y de Cual y de
mucho semen que anda por ahí perdido". Otros autores postistas fueron
Ángel Crespo, Francisco Nieva y Silvano Sernesi. Tuvieron contactos episódicos
con el postismo Fernando Arrabal y José Ignacio Aldecoa. Se advierten
influencias postistas en Gloria Fuertes.
Además de la recuperación de Góngora y de la influencia del
pensamiento de Ortega y Gasset, la generación del 27 tuvo especial admiración
por Juan Ramón Jiménez, sobre todo por su idea de la poesía pura, que
implicaba, en su afán de superar las formas del realismo, un culto de la imagen
(que también realizó, a su manera, el ultraísmo) y una elaboración del
sentimiento ajeno al desborde y a la emoción fácil. Al mismo tiempo proponían
la pluralidad de estilos y de lenguajes, sin renunciar a las formas clásicas.
Pero también se hizo visible la presencia del surrealismo, que permitió
incorporar nuevos temas e imágenes a la poesía, desde el mundo de los sueños
hasta otros lenguajes (las hipérboles numéricas en el poeta Federico García
Lorca o los juegos matemáticos en Alberti), sin desdeñar impurezas tales como
la denuncia y la burla dirigidas contra las instituciones. Destacan, por su
clara filiación surrealista, obras como La flor de California (1926) y La
sangre en libertad (1931) de José María Hinojosa (1904-1936); Sobre los ángeles
(1929) de Rafael Alberti (1902); Los placeres prohibidos (1931) de Luis Cernuda
(1902-1963); Poeta en Nueva York de Federico García Lorca (1898-1936). Esta
obra de Lorca, así como sus piezas teatrales El público y Comedia sin título, y
el guión cinematográfico Viaje a la luna, fueron el resultado del viaje del
poeta a Nueva York en 1929 y revelan una afinidad con las búsquedas estéticas
de Luis Buñuel y de Salvador Dalí, cuyo cortometraje Un chien andalou (Un perro
andaluz) se había estrenado ese mismo año en París, al que siguió L´âge d´or
(La edad de oro), con guión sólo de Buñuel.
5.1.1. Futurismo
Movimiento artístico de comienzos del siglo XX que rechazó la
estética tradicional e intentó ensalzar la vida contemporánea, basándose en sus
dos temas dominantes: la máquina y el movimiento. El poeta italiano Filippo
Tommaso Marinetti recopiló y publicó los principios del futurismo en el
manifiesto de 1909. Al año siguiente los artistas italianos Giacomo Balla,
Umberto Boccioni, Carlo Carrà, Luigi Russolo y Gino Severini firmaron el
Manifiesto técnico de la pintura futurista.
El futurismo se caracterizó por el intento de captar la
sensación de movimiento. Para ello superpuso las acciones consecutivas, una
especie de fotografía estroboscópica o una serie de fotografías tomadas a gran
velocidad e impresas en un solo plano. Ejemplos destacados son el Jeroglífico
dinámico de Bal Tabarín (1912, Museo de Arte Moderno, Nueva York) y el Tren
blindado (1915, Colección Richard S. Zeisler, Nueva York), ambos de Gino
Severini. Aunque el futurismo tuvo una corta existencia, aproximadamente hasta
1914, su influencia se aprecia en las obras de Marcel Duchamp, Fernand Léger y
Robert Delaunay en París, así como en el constructivismo ruso.
5.1.2. Dadaísmo
Movimiento que abarca todos los géneros artísticos y es la
expresión de una protesta nihilista contra la totalidad de los aspectos de la
cultura occidental, en especial contra el militarismo existente durante la I
Guerra Mundial e inmediatamente después. Se dice que el nombre de dadá (palabra
francesa que significa caballito de juguete) fue elegido por el editor,
ensayista y poeta rumano Tristan Tzara, al abrir al azar un diccionario en una
de las reuniones que el grupo celebraba en el cabaret Voltaire de Zurich. El
movimiento dadá fue fundado en 1916 por Tzara, el escritor alemán Hugo Ball, el
artista alsaciano Jean Arp y otros intelectuales que vivían en Zurich (Suiza),
al mismo tiempo que se producía en Nueva York una revolución contra el arte
convencional liderada por Man Ray, Marcel Duchamp y Francis Picabia. En París
inspiraría más tarde el surrealismo. Tras la I Guerra Mundial el movimiento se
extendió hacia Alemania y muchos de los integrantes del grupo de Zurich se
unieron a los dadaístas franceses de París. En 1922 el grupo de París se
desintegró.
Con el fin de expresar el rechazo de todos los valores
sociales y estéticos del momento, y todo tipo de codificación, los dadaístas
recurrían con frecuencia a la utilización de métodos artísticos y literarios
deliberadamente incomprensibles, que se apoyaban en lo absurdo e irracional.
Sus representaciones teatrales y sus manifiestos buscaban impactar o dejar
perplejo al público con el objetivo de que éste reconsiderara los valores
estéticos establecidos. Para ello utilizaban nuevos materiales, como los de
desecho encontrados en la calle, y nuevos métodos, como la inclusión del azar
para determinar los elementos de las obras. El pintor y escritor alemán Kurt
Schwitters destacó por sus collages realizados con papel usado y otros
materiales similares. El artista francés Marcel Duchamp expuso como obras de
arte productos comerciales corrientes —un secador de botellas y un urinario— a
los que denominó ready-mades. Aunque los dadaístas utilizaron técnicas
revolucionarias, sus ideas contra las normas se basaban en una profunda
creencia, derivada de la tradición romántica, en la bondad intrínseca de la
humanidad cuando no ha sido corrompida por la sociedad.
Como movimiento, el dadá decayó en la década de 1920 y
algunos de sus miembros se convirtieron en figuras destacadas de otros
movimientos artísticos modernos, especialmente del surrealismo. A mitad de la
década de 1950 volvió a surgir en Nueva York cierto interés por el dadá entre
los compositores, escritores y artistas, que produjeron obras de
características similares.
5.1.3. Surrealismo
El surrealismo (superrealismo o suprarrealismo, para quienes
prefieren una versión más precisa del francés sur-réalisme) lanzó su primer
manifiesto en 1924, firmado por André Breton, Louis Aragon, Paul Éluard,
Benjamin Péret, entre otros. Allí es definido como "automatismo psíquico
puro" que intenta expresar "el funcionamiento real del pensamiento".
La importancia del mundo del inconsciente y el poder revelador y transformador
de los sueños conectan al surrealismo con los principios del psicoanálisis. En
una primera etapa, el movimiento buscó conciliar psicoanálisis y marxismo, y se
propuso romper con todo convencionalismo mental y artístico. En España no llegó
a constituir una escuela aunque muchos escritores, aun los que han negado su
adscripción al movimiento, reflejan la influencia de la estética surrealista.
Según Luis Cernuda, pueden considerarse surrealistas obras como Poeta en Nueva
York (a la que habría que agregar obras teatrales como Así que pasen cinco
años, El público y Comedia sin título) de Federico García Lorca; Sobre los
ángeles de Rafael Alberti; y, sobre todo, Espadas como labios, Pasión de la tierra
y La destrucción o el amor de Vicente Aleixandre. El surrealismo tuvo gran
difusión en las islas Canarias, donde sobresalen Pedro García Cabrera
(1906-1981), autor de Transparencias fugadas y Entre la guerra y tú, y Agustín
Espinosa (1897-1939), quien, en Crimen (1934 fue el año de su publicación
definitiva), transita géneros literarios diversos: novela, poema, relato breve,
diario. En Cataluña, cabe mencionar a J.V. Foix y Juan Eduardo Cirlot. En los
países hispanoamericanos también tuvo eco el movimiento surrealista: Pablo
Neruda en Chile, quien pasó por Madrid en 1935 y lanzó su manifiesto
"Sobre una poesía sin pureza"; Olga Orozco y Enrique Molina en
Argentina; César Vallejo en Perú, a pesar de su condena de Breton por el
abandono del marxismo; en Cuba Alejo Carpentier, quien elogia la aparición del
surrealismo como una victoria sobre el supuesto escepticismo de las nuevas
generaciones; en México Octavio Paz, quien ha sabido incorporar en sus
reflexiones sobre la imagen y la creación literaria los hallazgos del
surrealismo. Tanto en España como en la mayor parte de los países
hispanoamericanos, florecieron movimientos literarios que reflejaron o
recrearon las vanguardias literarias de las primeras décadas del siglo XX. En
mayo de 1968, en Francia, se recuperaron como consignas y guías para la acción
muchas frases surrealistas, especialmente las que destacan el poder
revolucionario del sueño. Julio Cortázar las ha recogido en Último Round:
"El sueño es realidad"; "Sean realistas: pidan lo
imposible"; "¡Abajo el realismo socialista! ¡Viva el surrealismo!;
"Hay que explorar sistemáticamente el azar"; "Durmiendo se
trabaja mejor: formen comités de sueños".
5.2. Los componentes
La diversidad de la generación del 27 queda suficientemente
probada porque en ella se incluyen autores como Pedro Salinas (1891-1951),
traductor de Paul Valéry y Marcel Proust, autor de Presagios (1924), Fábula y
signo (1931), La voz a ti debida (1933), Razón de amor (1939), entre otras
obras; Jorge Guillén (1893-1984), premio Cervantes 1976, ejemplo de poesía casi
pura, en la que abunda el "esprit géometrique" de que hablaba Valéry
y una visión afirmativa de los seres a través de una emoción que depura y
condensa en libros como Cántico (1928) y Clamor (1957-1963), obra esta última
donde se detiene en ciertas personalidades históricas y en algunos horrores
contemporáneos, sin renunciar a un ‘Resumen’ alentador:
"Amé, gocé, sufrí, compuse. Más no pido
En suma: que me quiten lo vivido".
Vicente Aleixandre (1898-1984), premio Nacional de Literatura
en 1934, premio Nobel en 1977, autor de Ámbito (1928), Espadas como labios
(1932), Pasión de la tierra y La destrucción o el amor (1935), Sombra del
paraíso (1944), Historia del corazón (1954), Diálogos del conocimiento (1974);
Dámaso Alonso (1898-1990), premio Cervantes en 1978, estudioso de Góngora,
especialmente de la Fábula de Polifemo y Galatea y las Soledades, de quien cabe
mencionar El viento y el verso (1923-1924), Hijos de la ira (1944), Duda y amor
sobre el Ser Supremo (1985); Luis Cernuda (1902-1963), entre cuyas obras
sobresalen La realidad y el deseo (1936-1964) y sus estudios críticos sobre
poesía en general, poesía española y poesía inglesa del siglo XIX; Rafael
Alberti (1902), premio Nacional de Literatura en 1925 por Marinero en tierra,
premio Cervantes en 1983, autor, entre otros, de un poemario como Yo era un
tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos (1929), en el que rinde homenaje
a actores del cine mudo (Buster Keaton, Charles Chaplin, Harold Lloyd); Gerardo
Diego (1896-1987), partícipe junto con Juan Larrea del ultraísmo, realizó en
1932 una antología de la Poesía española contemporánea 1915-1931 y escribió
Versos humanos (1925), canciones, sonetos, odas y una Fábula de Equis y Zeda
(1932), homenaje paródico al gusto barroco por las fábulas mitológicas. Mención
aparte merecen escritores como Emilio Prados (1899-1962) y Manuel Altolaguirre
(1905-1959), fundadores de la revista Litoral. Muchos de los escritores del 27
debieron exiliarse al estallar la Guerra Civil española: Salinas en Puerto
Rico, Emilio Prados y Luis Cernuda en México, Rafael Alberti en Argentina e
Italia, Manuel Altolaguirre en Cuba y México.
Aunque siempre se habla de poesía al hacer referencia a la
generación del 27, cabe recordar que algunos de los poetas ya citados también
escribieron en prosa narrativa y no sólo poética. Es el caso de Pedro Salinas
(Víspera del gozo, La bomba increíble), Luis Cernuda, Rafael Alberti, Dámaso
Alonso, José María Hinojosa. Hubo dos vertientes principales: la novela lírico-intelectual
y la humorística. En la primera destacan Benjamín Jarnés (Paula y Paulita y
Locura y muerte de Nadie, de 1929; Teoría del zumbel, de 1930); Antonio Espina
(Pájaro pinto, 1927, y Luna de copas, 1929); Mauricio Becarisse (Las tinieblas
floridas, 1927, y Los terribles amores de Agliberto y Celedonia, 1931), entre
otros. Dentro de la novela de humor, un buen ejemplo es el de Enrique Jardiel
Poncela, sobre todo con Amor se escribe sin hache, ¡Espérame en Siberia, vida
mía! y Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, escritas entre 1928 y 1931,
muy próximas a la obra de Gómez de la Serna y Fernández-Flórez.
6. LITERATURA DEL EXILIO
La escrita por los españoles que marcharon al exilio después
de la derrota en la Guerra Civil española (1936-1939) y que, regresados o no a
España, vivieron con ese carácter hasta la muerte de Francisco Franco (1975).
La mayor parte de ellos se afincaron en países hispanoamericanos, aunque
también en Estados Unidos (Jorge Guillén, Federico de Onís, Américo Castro,
Pedro Salinas), en París (Jorge Semprún), en la Unión Soviética y en otros
países.
La actividad de estos exiliados fue múltiple: creación
literaria, fundación de revistas y editoriales, cátedras universitarias,
periodismo, orientación de grupos y renovación de tendencias. Su ámbito
lingüístico fue mayoritariamente español, pero hubo también escritores en
gallego (Eduardo Blanco Amor, Rafael Dieste, Alfonso Rodríguez Castelao) o en
catalán (Josep Carner, Joaquín Xirau).
Entre las revistas literarias y de pensamiento fundadas por
exilados cabe recordar: en México, Nuestra España, La España peregrina, Taller
(dirigida por el mexicano Octavio Paz), Romance, Ultramar, Cuadernos
Americanos; en Argentina, Pensamiento español, Correo literario, Realidad,
Galeuzca; en Cuba, Atentamente; en Colombia, Espiral; en Venezuela, España; en
Chile, España libre; en Uruguay, Temas; en París, Libre, Cuadernos de Ruedo
Ibérico.
En materia de editoriales, en México, aparece Séneca y en
cierta medida, el Fondo de Cultura Económica; en Cuba, La Verónica; en
Argentina, Losada, Sudamericana, Emecé, Santiago Rueda y Bajel.
La lista de escritores emigrados sería interminable, y se han
publicado algunos censos y obras de carácter bibliográfico, que recogen algunas
listas, casi todas ellas incompletas.
Notable, por el trabajo previo realizado, y la fecha de su
publicación es la obra impresa de Los intelectuales españoles en América
(1936-1945) de Julián Amo y Charmion Shelby, con prólogo de Alfonso Reyes,
elaborada en la Biblioteca del Congreso, de Washington, editada por la
Standford University Press (1950) y reimpresa en Madrid (1994).
En el exilio republicano estuvieron representantes de todas
las formas literarias, corrientes y estilos, de todas las escuelas y
tendencias. En poesía, se exiliaron la mayor parte de los componentes de la
generación del 27. También se exiliaron algunos que, sin tomar decidido partido
por algún bando en pugna, se alejaron de la España en conflicto: José Ortega y
Gasset, Ramón Pérez de Ayala, Gregorio Marañón, Azorín, Pío Baroja. Caso
especial es el de Antonio Machado, que permaneció fiel a la República hasta el
último momento y encerrado en un campo de concentración, murió en Francia al
poco de llegar.
Algunos de estos escritores, aparte de seguir cultivando su
memoria personal y colectiva y el recuerdo, intelectivo o apasionado de la
patria lejana, produjeron obras de tema americano como Max Aub, Francisco Ayala
o Ramón Sender.
7. LITERATURA HISPANOAMERICANA
La revolución mexicana, iniciada en 1910, coincidió con un rebrote
del interés de los escritores latinoamericanos por sus características
distintivas y sus propios problemas sociales. A partir de esa fecha, y cada vez
en mayor medida, los autores latinoamericanos comenzaron a tratar temas
universales y, a lo largo de los años, han llegado a producir un impresionante
cuerpo literario que ha despertado la admiración internacional.
7.1. Poesía
En el terreno de la poesía, numerosos autores reflejaron en
su obra las corrientes que clamaban por una renovación radical del arte, tanto
europeas —cubismo, expresionismo, surrealismo— como españolas, entre la cuales
se contaba el ultraísmo, denominación que recibió un grupo de movimientos
literarios de carácter experimental que se desarrollaron en España a comienzos
del siglo. En ese ambiente de experimentación, el chileno Vicente Huidobro
fundó el creacionismo, que concebía el poema como una creación autónoma,
independiente de la realidad cotidiana exterior, el también chileno Pablo
Neruda, que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1971, trató, a lo largo de
su producción, un gran número de temas, cultivó varios estilos poéticos
diferentes e incluso pasó por una fase de comprometida militancia política, y
el poeta colombiano Germán Pardó García alcanzó un alto grado de humanidad en
su poesía, que tuvo su punto culminante en Akróteras (1968), un poema escrito
con ocasión de los Juegos Olímpicos de México. Por otro lado, surgió en el
Caribe un importante grupo de poetas, entre los que se encontraba el cubano
Nicolás Guillén, que se inspiraron en los ritmos y el folclore de los pueblos
negros de la zona.
La chilena Gabriela Mistral, premio Nobel de Literatura
(1945) otorgado por primera vez a las letras latinoamericanas, creó una poesía
especialmente interesante por su calidez y emotividad, mientras que en México
el grupo de los 'contemporáneos', que reunía a poetas como Jaime Torres Bodet,
José Gorostiza y Carlos Pellicer, se centró esencialmente en la introspección y
en temas como el amor, la soledad y la muerte. Otro mexicano, el premio Nobel
de Literatura de 1990 Octavio Paz, cuyos poemas metafísicos y eróticos reflejan
una clara influencia de la poesía surrealista francesa, está considerado como
uno de los más destacados escritores latinoamericanos de posguerra, y ha
cultivado también la crítica literaria y política.
7.2. Teatro
El teatro continuó su proceso de maduración en gran cantidad
de ciudades latinoamericanas, en especial Ciudad de México y Buenos Aires, en
las que se convirtió en un importante vehículo cultural, y vivió un periodo de
afianzamiento en otros países, como Chile, Puerto Rico y Perú. En México pasó
por una completa renovación experimental, representada por el Teatro de Ulises
(que comenzó en 1928) y el Teatro de orientación (en 1932), activados por Xavier
Villaurrutia, Salvador Novo y Celestino Gorostiza, y que culminaría con la obra
de Rodolfo Usigli y continuaría con la de un nuevo grupo de dramaturgos, con
Emilio Carballido a la cabeza. Por otro lado, entre los más destacados autores
de teatro argentinos se encuentra Conrado Nalé Roxlo.
7.3. Ensayo
Los ensayistas posteriores al modernismo han sido muy
activos, han adoptado una dirección nacionalista y más universal, y han
ofrecido una gran variedad de puntos de vista intelectuales. La generación del
Centenario de la Independencia de 1910 tuvo representantes como José
Vasconcelos, conocido por su sueño utópico de una "raza cósmica" (La
raza cósmica, 1925), el erudito dominicano Pedro Henríquez Ureña, autor de
Ensayos en busca de nuestra expresión (1928) y Alfonso Reyes, supremo mexicano
universal, humanista completo y autor de Visión de Anáhuac (1917). Por otro
lado, el ensayista colombiano Germán Arciniegas sobresale como un cualificado
intérprete de la historia en El continente de siete colores (1965) y el
argentino Eduardo Mallea, autor de Historia de una pasión argentina (1935),
destaca entre los novelistas de ese país.
7.4. Narrativa
A partir de comienzos de siglo, la novela latinoamericana en
español ha experimentado un enorme desarrollo que ha pasado por tres fases: la
primera, dominada por una gran concentración en temas, paisajes y personajes
locales se vio seguida por otra en la que se produjo una extensa obra narrativa
de carácter psicológico e imaginativo ambientada en escenarios urbanos y cosmopolitas,
para llegar finalmente a una tercera en la que los escritores adoptaron
técnicas literarias contemporáneas, que condujeron a un inmediato
reconocimiento internacional y a un continuo y creciente interés por parte del
mundo literario.
La narrativa de carácter regional tuvo en el argentino
Ricardo Güiraldes, autor de Don Segundo Sombra (1926), la culminación de la
novela de gauchos; al colombiano José Eustasio Rivera creador de La vorágine
(1924), de la novela de la jungla y al venezolano Rómulo Gallegos Freire, autor
de Doña Bárbara (1929), de la novela de las planicies. La revolución mexicana
inspiró a novelistas como Mariano Azuela, autor de Los de abajo (1915), y a
Gregorio López, que escribió El indio (1935). La situación de los indígenas atrajo
el interés de numerosos escritores mexicanos, guatemaltecos y andinos, como el
boliviano Alcides Arguedas, que trató el problema en Raza de bronce (1919), y
el peruano Ciro Alegría, autor de El mundo es ancho y ajeno (1941), mientras
que el diplomático guatemalteco Miguel Ángel Asturias, que recibió en 1966 el
Premio Lenin de la Paz y en 1967 el Premio Nobel de Literatura, se reveló como
un excelente autor de sátiras políticas en su obra El señor presidente (1946).
En Chile, Eduardo Barrios se especializó en novelas
psicológicas como El hermano asno (1922), y Manuel Rojas se alejó de la novela
urbana y cultivó una especie de existencialismo en Hijo de ladrón (1951). Otros
escritores, entre los que se cuenta María Luisa Bombal, autora de la novela La
última niebla (1934), cultivaron el género fantástico.
En Argentina, Manuel Gálvez escribió una novela psicológica
moderna acerca de la vida urbana, Hombres en soledad (1938). En este país, así
como en Uruguay, se desarrolló una rica corriente narrativa donde se hacía gran
énfasis tanto en los aspectos psicológicos como fantásticos de la realidad.
Así, el argentino Macedonio Fernández abordó el absurdo en Continuación de la
nada (1944), mientras que Leopoldo Marechal escribió una novela simbolista,
Adán Buenosayres (1948), y Ernesto Sábato una novela existencial, El túnel
(1948). Jorge Luis Borges, por otro lado, fue en sus comienzos un poeta
ultraísta y, más tarde, se convirtió en el escritor más importante de la
Argentina moderna, especializado en la creación de cuentos (Ficciones, 1945),
traducidos a numerosos idiomas. Colaboró en varias ocasiones con Adolfo Bioy
Casares y despertó el interés por la novela policiaca complicada y por la
literatura fantástica. Bioy Casares fue pionero en el terreno de la novela de
ciencia-ficción con La invención de Morel (1940), y el uruguayo Enrique Amorim
inauguró la novela policiaca larga con El asesino desvelado (1944). Otro de los
escritores que obtuvieron inmediato reconocimiento internacional por su
brillantez y originalidad fue el argentino Julio Cortázar, en especial debido a
su antinovela experimental Rayuela (1963). Entre los autores uruguayos
centrados en la novela psicológica urbana se encuentran Juan Carlos Onetti con
El astillero (1961) y Mario Benedetti con La tregua (1960).
La nueva novela mexicana evolucionó a partir del crudo
realismo como consecuencia de la influencia de escritores como James Joyce,
Virginia Woolf, Aldous Huxley y, especialmente, John Dos Passos y William
Faulkner. Con un escenario y una trama de carácter local, a la que añadieron
nuevas dimensiones psicológicas y mágicas, José Revueltas escribió El luto
humano (1943) y Agustín Yáñez Al filo del agua (1947). Juan Rulfo escribió en
un estilo similar su Pedro Páramo (1955), mientras que Carlos Fuentes, en La
región más transparente (1958), alterna lo puramente fantástico y psicológico
con lo regional, y Juan José Arreola, autor de Confabulario (1952), destaca por
sus fantasías breves, de carácter alegórico y simbólico. Otros novelistas han
experimentado con técnicas multidimensionales, como, por ejemplo, Vicente
Leñero, creador de Los albañiles (1964), y Salvador Elizondo, que escribió
Farabeuf (1965).
Entre los restantes novelistas latinoamericanos que han
escrito en español y que han conseguido reconocimiento internacional, el
antiguo regionalismo ha sido superado por nuevas técnicas, estilos y
perspectivas extremadamente variadas. La etiqueta estilística 'realismo mágico'
se puede aplicar a muchos de los más destacados narradores —aquellos capaces de
descubrir el misterio que se esconde tras los acontecimientos de la vida
cotidiana. El novelista cubano Alejo Carpentier añadió una nueva dimensión
mitológica a la novela ambientada en la jungla en Los pasos perdidos (1953), al
tiempo que su compatriota José Lezama Lima consiguió crear en Paradiso (1966)
un denso mundo mitológico de complejidad neobarroca. Por otro lado, el peruano
Mario Vargas Llosa descubrió a sus lectores variadas perspectivas escondidas en
el aparentemente cerrado mundo de una academia militar en La ciudad y los
perros (1962), mientras que el colombiano Gabriel García Márquez, galardonado
con el Premio Nobel en 1982, se dio a conocer internacionalmente con su novela
Cien años de soledad (1967), en la que, a través de una mágica e intemporal
unidad, logró transcender el ámbito puramente local en el que se desarrolla la
trama narrativa. Con la obra de estos escritores, la novela latinoamericana
escrita en español no sólo alcanzó su mayoría de edad, sino que parece estar
atrayendo la atención de un público internacional cada vez más numeroso.